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Nos ha pasado a muchos: conocemos a un hombre que nos prende con solo mirarlo, nos desarma con su voz, nos derrite con su cuerpo… pero llega el momento de la cama, y la magia simplemente no aparece. ¿Y ahora qué hacemos? ¿Salir corriendo? ¿Quedarnos con la decepción? ¿Aguantar por educación? Nada de eso. El sexo entre hombres es un universo de posibilidades, y si algo no está funcionando, siempre hay formas de encenderlo.
Lo primero es sacarnos la idea de que “ser malo en la cama” es una condena. Nadie nace siendo un dios del sexo. El deseo se entrena, la conexión se construye y el cuerpo se aprende. Si un tipo no sabe moverse, no besa bien o entra en modo automático, no significa que no tenga potencial: significa que aún no ha encontrado el ritmo contigo. Y ahí es donde podemos empezar a jugar.
Hacer del juego previo el plato fuerte cambia todo. Muchos creen que el sexo es solo penetración, pero hay tanto placer fuera del pene y del culo, que reducirlo a eso es una lástima. Lamer, acariciar, morder, oler, masajear... todo suma. Si nos enfocamos en explorar el cuerpo del otro sin prisa, sin guiones, podemos transformar un encuentro flojo en una experiencia memorable. Lo importante es salir de la mecánica y entrar en lo erótico.
El masaje es una herramienta infalible. Nos relaja, nos conecta, nos da permiso para tocar sin apuro y excitar sin presión. Unas manos calientes en la espalda, en las nalgas, en el interior de los muslos… nos preparan para soltar el cuerpo y abrir el deseo. Si lo hacemos con intención —aceite, luz tenue, música lenta—, el ambiente se transforma y con él, el tipo que parecía desentonar.
Los juguetes sexuales no son un plan B, son un atajo al placer. Un anillo para el pene puede hacer que la erección dure más y se sienta más intensa. Un plug bien colocado eleva el juego sin necesidad de penetración. Un huevo masturbador usado entre los dos puede convertirse en un momento de complicidad y fuego. Y si le agregamos una prenda sexy —un jock, un arnés, unas medias—, el cuerpo se convierte en un regalo envuelto para el otro.
Ducharnos juntos no solo es limpio, es caliente. El agua relaja, el contacto se vuelve más natural, y el pudor se va por el desagüe. Tocarse con jabón, enjabonarse mutuamente, explorar cada rincón sin prisa, nos saca del guion del “sexo rápido” y nos mete en el terreno del erotismo compartido. Y sí, reírnos, mojarnos, acariciarnos, es parte del juego también.
Lo más importante es no rendirnos antes de intentar encender la chispa. Si hay atracción, si hay deseo, si hay algo que nos mueve hacia ese hombre, entonces vale la pena explorar. A veces, el “malo en la cama” solo necesita que lo escuchen, que lo guíen, que lo toquen sin juicio y con intención. Porque cuando dejamos de esperar un performance porno y empezamos a jugar como adultos conscientes de su deseo, el sexo deja de ser “bueno o malo” y se convierte en una experiencia real.
Y eso, entre nosotros, siempre es lo más excitante.