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Atracción Inmediata, Brutal, Eléctrica

Rick Day

La atracción puede ser inmediata, brutal, eléctrica. Podemos desear a un hombre con sólo verlo entrar por la puerta, con solo escuchar cómo pronuncia nuestro nombre. Pero eso no significa que nuestras vidas encajen. Podemos calentarnos con alguien… y aun así saber que no hay espacio para algo más allá del placer momentáneo. Y eso también es parte de crecer, de conocernos, de cuidar nuestra energía.

Cada uno de nosotros tiene un ritmo, una manera de vivir, de disfrutar y de desear. Algunos necesitan estar rodeados de gente, luces, fiesta y cuerpos sudorosos. Otros preferimos el silencio de casa, una buena conversación o una noche de sexo sin prisas, sin performance. Y aunque ambas formas son válidas, no siempre pueden convivir. A veces nos encontramos con alguien que nos enciende, pero cuya personalidad simplemente no cabe en nuestro espacio vital.

Cuando hablamos de personalidades distintas, no hablamos de mejores o peores. Hablamos de realidades que no coinciden. Hay quienes saben usar su imagen como una herramienta de seducción —cuerpos trabajados, ropa perfectamente ajustada, miradas ensayadas—, y hay quienes seducimos desde la conversación, desde lo emocional, desde la calma. Y ninguna de esas formas es menos erótica. El verdadero problema aparece cuando intentamos forzar compatibilidad solo porque el cuerpo nos lo pide.

El sexo puede ser increíble, pero si el día a día es un campo de batalla, la relación no va a funcionar. ¿De qué sirve cogernos delicioso si después discutimos cada sábado sobre si salimos o nos quedamos? ¿Qué tan sostenible es convivir con alguien que necesita ruido mientras nosotros buscamos silencio? Hay momentos en los que el deseo debe ceder paso a la realidad, y entender eso es un acto de madurez emocional.

Rechazar a alguien que nos atrae no es fácil, pero a veces es lo más sano que podemos hacer. No estamos obligados a quedarnos en situaciones que nos desgastan solo porque hay química sexual. Porque el placer también tiene que ver con la paz, con sentirnos cómodos, seguros, en sintonía. Y eso no se encuentra solo en la cama, sino en cómo compartimos lo cotidiano.

Aceptar nuestras diferencias también es un gesto de amor propio. Podemos desear a alguien y aun así soltarlo. Podemos admirar lo que es, reconocer su magnetismo y dejar que siga su camino. Porque tal vez no encaja con nosotros, pero sí con alguien más. Y nosotros también merecemos estar con alguien que comparta nuestro ritmo.

La soltería, cuando se elige desde la conciencia, no es un vacío, sino una pausa deliciosa para reencontrarnos, para abrirnos a lo que sí se alinee con nosotros. Y mientras tanto, seguimos disfrutando —del sexo, del cuerpo, del deseo— con quienes resuenen con nuestra forma de estar en el mundo. Porque al final, el verdadero placer está en compartir desde la autenticidad.

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