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Básicos de Macho

Rick Day

La sencillez no tiene nada que ver con la falta de deseo o la ausencia de estilo. Un hombre que sabe lo que quiere también sabe qué ponerse para sentirse seguro, deseable y cómodo en su piel. Tener un guardarropa bien armado no es un capricho, es una herramienta de seducción, presencia y autocuidado. Aquí no hablamos de seguir tendencias, hablamos de elegir lo que potencia nuestro cuerpo, nuestra actitud y nuestro placer.

La ropa interior es nuestro primer secreto. Lo que llevamos debajo no es un detalle menor, aunque nadie lo vea —o quizás alguien sí—. El calzoncillo que usamos dice mucho de cómo queremos sentirnos: protegidos, libres, dominantes o provocadores. Un bóxer ajustado que marque bien, un slip que abrace sin apretar o un jockstrap que deje todo servido… cada elección es un mensaje directo a nuestra confianza y nuestra sensualidad. Invertir en buena ropa interior no es superficial: es ponerle intención a nuestra masculinidad.

El outfit deportivo no es solo para sudar. Cuando vamos al gimnasio o a correr, no solo entrenamos el cuerpo, también cultivamos la mirada que lanzamos al mundo. Una licra bien ajustada, una camiseta que deje al descubierto los hombros, una prenda que respire con nosotros… todo suma a nuestro erotismo funcional. No hay nada más atractivo que ver a un hombre que se cuida y se muestra sin esfuerzo. Y si además nos encontramos con alguien en el vestidor, mejor que lo que llevamos puesto esté a la altura de lo que llevamos dentro.

El estilo casual no es sinónimo de descuido. Para salir de noche, encontrarnos con alguien, o simplemente tomarnos un trago, necesitamos piezas que mezclen lo relajado con lo provocativo. Un jean oscuro bien entallado, una camisa que sugiera sin revelar, unos zapatos que hablen por nosotros. La ropa es nuestra aliada para decir: “estoy aquí, me gusto, y quiero que me mires”. Esa mezcla entre lo informal y lo elegante genera un impacto silencioso pero poderoso.

El traje es nuestro uniforme de poder. No importa si lo usamos poco o mucho, todo hombre debería tener un traje que le quede como una segunda piel. Negro, azul y gris son los básicos que nos resuelven cualquier ocasión: una cita importante, un evento de altura, o simplemente esas noches en las que queremos explotar nuestra versión más formal y sexy. Con una camisa bien elegida y un par de botones desabrochados, el traje se transforma en una declaración de deseo contenida.

Un guardarropa bien armado no es un lujo, es una herramienta de placer. Nos permite jugar con nuestra imagen, experimentar con nuestra energía y proyectar seguridad en cada paso. No se trata de tener mucho, sino de tener lo que nos potencia. Porque cuando nos sentimos bien con lo que llevamos puesto, nos abrimos más fácilmente al contacto, al deseo, al goce compartido.

Vestirnos con intención es también una forma de erotismo. Es el primer paso para desnudarnos con seguridad.

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