Rick Day |
Hablar de la primera vez entre hombres no debería
darnos pena, sino ganas. Ese momento en que el cuerpo se despierta y el deseo nos sacude por dentro es un hito,
no un accidente. Y lo mejor es que, aunque todos llegamos desde rutas
distintas, el fuego es el mismo: el
deseo por otro hombre que nos revela quiénes somos.
Muchos de nosotros empezamos a sentirlo entre los 13 y 14 años. No sabíamos muy bien
qué era, pero estaba ahí: esa tensión cuando aparecía cierto actor en la
pantalla, ese impulso al ver al amigo de tu hermano con el torso al aire, esa
fantasía con el profe del colegio. Nuestro
cuerpo ya sabía, aunque aún no teníamos las palabras para decirlo.
¿Cómo aprendimos sobre sexo? A la mayoría nos tocó solos. Por ensayo y error. Lo
que nadie nos enseñó, lo fuimos descubriendo en carne propia. La pornografía
ayudó, sí, pero también nos llenó de ideas que luego no siempre encajaban con
la realidad. La familia casi nunca fue
una fuente confiable. A veces por miedo, a veces por ignorancia. Pero eso
no nos detuvo.
Nuestra primera experiencia sexual suele llegar hacia
los 17 o 18 años, cuando ya no
aguantamos más. Y no importa si fue con otro chico de nuestra edad, un tipo
mayor, un amigo que se dejó llevar. Lo importante es que nos atrevimos a dar el paso, aunque fuera torpe, corto o
improvisado.
Lo esencial es entender que el sexo gay no tiene que
ser perfecto desde el inicio. Nadie nace
sabiendo. No se trata de hacer lo que dicen los videos, sino de explorar lo
que sentimos. Escuchar al cuerpo. Respetar los límites. Hablar. Mirar. Lamer.
Probar.
Nos excita
lo que nos revela, no lo que encaja en moldes. Tal
vez esa primera vez fue suave, tal vez fue brusca. Pero seguro encendió algo
que no se apaga. Porque a partir de ahí empezamos a buscar más: más placer, más
conexión, más libertad.
Hoy tenemos más recursos, más información y más
libertad para vivir nuestra sexualidad sin miedo. Pero el recuerdo de la primera vez sigue siendo un punto de partida
erótico. Nos recuerda que el deseo entre
hombres es natural, poderoso y profundamente nuestro.
Y tú, ¿cómo te iniciaste? Porque cada historia merece ser contada, sin vergüenza y con orgullo.
Quizás no fue perfecta, pero fue tuya. Y eso ya la hace valiosa.