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| Rick Day |
Nosotros, que ya cargamos con historias tatuadas en
cada pliegue del cuerpo, sabemos que la
piel masculina no es una superficie lisa y perfecta, sino un territorio erótico lleno de señales que
provocan, seducen y cuentan quiénes somos. No venimos a ocultarlas, sino a
disfrutarlas. Porque sí, en el sexo entre hombres adultos, la piel curtida, marcada o desigual no resta; suma deseo.
Una mancha
en el hombro, una cicatriz en la cadera, una arruga en la comisura de los
labios: eso no es descuido, es historia. Cada marca que
llevamos nos habla de momentos vividos, de noches largas, de batallas ganadas
—algunas contra el acné, otras contra el tiempo— y de placeres explorados. No hay nada más erótico que un cuerpo
auténtico, uno que se muestra sin pretensión y se entrega sin disfraz.
Eso sí, reconocer
la piel que habitamos es clave para cuidarla como se merece. No es lo mismo
una piel grasa, con brillo en la frente y tendencia a los granos, que una piel
seca que se resiente con el clima o una mixta que combina ambas. No hablamos de
estética vacía, sino de salud y goce. Porque un rostro bien cuidado no es solo
para selfies: es parte de nuestro
erotismo, de lo que ofrecemos al acercarnos a otro hombre.
El acné no
se queda en la adolescencia, y lo sabemos bien. A veces
aparece por estrés, por sudar en exceso o por cambios hormonales. Nos puede
molestar, pero no nos define. Aquí no se trata de ocultar con capas de
productos ni de raspar la piel con exfoliantes agresivos. Consultar a un dermatólogo es una forma de querernos, de hacernos
cargo de nuestro cuerpo sin culpas ni vergüenzas.
Las manchas
también hablan: a veces nos quedan como recuerdo de un grano que
apretamos mal, otras por exceso de sol sin protección. Una buena rutina
nocturna con cremas despigmentantes y protector
solar todos los días —sí, incluso si no salimos de casa— puede hacer
maravillas. Pero si persisten, buscamos soluciones más profundas, sin obsesión,
sin culpa, solo con el deseo de vernos y sentirnos mejor.
Y esas arrugas
que algunos temen... nosotros las deseamos. Porque unas líneas marcadas en
los ojos al reír, o en la frente al fruncir el ceño, son señal de vida intensa,
de placer vivido. Podemos suavizarlas, claro —comiendo bien, tomando agua,
dejando el cigarro, usando cremas— pero no
tenemos que borrarlas para gustar, ni mucho menos para ser deseados.
Aquí no venimos a vender ilusiones de piel perfecta ni
juventud eterna. La perfección no
calienta a nadie. Lo que nos erotiza de verdad es un hombre que se muestra
tal como es, que no esconde su edad, ni sus marcas, ni su historia. La piel es nuestro envoltorio, sí, pero
también es nuestro puente con el otro. Nos toca, nos eriza, nos une.
Así que cuidémosla. No desde la obsesión ni desde la
vergüenza, sino desde el deseo. Deseo de
gustarnos más, de sentirnos mejor, de ofrecernos al otro como una obra en
proceso, sin filtros ni Photoshop. Porque una piel con historia no es un defecto: es una invitación. Y algunos
sabemos bien cómo leerla, con la boca, con las manos, con todo el cuerpo.
