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Rick Day |
Nos encanta hablar de libertad sexual, de vivir sin etiquetas, de ser auténticos. Pero todavía nos cuesta aceptar la feminidad en otros hombres, especialmente cuando esa feminidad se expresa con orgullo, sin pedir permiso. En nuestra comunidad, el rechazo al hombre afeminado no solo existe, sino que muchas veces nace entre nosotros mismos.
El problema no es la pluma, sino el prejuicio que llevamos dentro. Nos han enseñado que ser hombre es sinónimo de dureza, de voz grave, de caminar con seguridad y sin “exageraciones”. Y ese guion, tan limitado, nos lo tragamos sin cuestionarlo. Pero ¿qué pasa cuando un hombre se sale del molde? Cuando habla con gestos, cuando se ríe con libertad, cuando se viste como le da la gana… entonces aparece el rechazo, las miradas, los chistes, la distancia. No por lo que hace, sino porque nos confronta.
Hay quienes disfrazan ese rechazo como “preferencia sexual”, diciendo que no les atraen los “muy afeminados” porque les gustan “los hombres que parecen hombres”. Pero ser hombre no se mide por el tono de voz ni por cómo se mueve alguien. Ser hombre también es tener la seguridad de aceptar a otros como son, sin necesidad de moldearlos a nuestra comodidad.
Muchos de nosotros fuimos criados con ideas religiosas o familiares donde la feminidad era vista como inferior. Y cuando vemos a un hombre expresar esa energía, sentimos que “nos resta”. Pero el problema no es del otro, sino de nuestra propia fragilidad masculina. A veces rechazamos al afeminado porque nos recuerda la parte de nosotros que alguna vez reprimimos, que alguna vez fuimos o que aún llevamos dentro en secreto.
Dentro de la comunidad gay, el rechazo a la feminidad es una herida que sigue abierta. Se le exige al afeminado que sea más discreto, más “normal”, más “respetable”. Pero ¿qué hay más digno que alguien que se muestra tal como es? La autenticidad, incluso cuando incomoda, es un acto de valentía.
El deseo no tiene un solo cuerpo, una sola voz, una sola forma de andar. Hay hombres con pluma que son increíbles en la cama, generosos, creativos, apasionados. Hay otros que son líderes, emprendedores, deportistas, artistas, guerreros del día a día. Y todos merecen respeto, sin tener que “masculinizarse” para ser tomados en serio.
Romper con el estereotipo del gay afeminado como débil, superficial o menos válido es responsabilidad de todos. No se trata de forzarnos a sentir deseo por alguien que no nos atrae, sino de dejar de ver a nuestros hermanos como menos por expresar algo distinto. La masculinidad no se pierde cuando damos espacio a la feminidad: se fortalece.
Somos hombres que aman a otros hombres. Y si no podemos respetar la diversidad entre nosotros, ¿cómo podemos exigir respeto afuera? Que el deseo siga siendo libre, que la expresión siga siendo auténtica, y que la pluma no sea motivo de vergüenza, sino otra forma más de volar.