![]() |
| Rick Day |
La sensación de plenitud después de un orgasmo explosivo es inigualable. El cuerpo se relaja, la mente se apaga y la tentación de quedarnos pegados a la cama es una fuerza poderosa. Pero un hombre adulto y responsable sabe que el verdadero cierre de una sesión intensa no es solo el clímax, sino un paso vital en el baño: orinar. Suena mundano, pero este simple acto es fundamental para blindar nuestra salud sexual.
El sexo es, por definición, un intercambio de energías y, seamos francos, de fluidos. Desde los besos húmedos hasta la fricción de la penetración, nuestros cuerpos interactúan compartiendo mucho más que solo placer. Incluso cuando la confianza es total y ambos estamos limpios de infecciones serias, la actividad sexual intensa puede movilizar bacterias y agentes externos que encuentran un camino fácil hacia el interior, especialmente a través de la uretra.
Aquí es donde entra el poder desinfectante de un buen chorro. Durante el coito, tanto si somos el activo como si somos el pasivo, existe el riesgo de que entren agentes patógenos en la apertura uretral. Estas bacterias pueden ascender y provocar infecciones en la vejiga, la próstata o, en casos más graves, alcanzar los riñones. Al orinar con fuerza, transformamos nuestra vejiga en un sistema de limpieza activa, expulsando mecánicamente cualquier bacteria que haya intentado ascender por la uretra durante la faena. Es un flush biológico que garantiza que el conducto esté limpio.
Los expertos en salud masculina son categóricos: debemos realizar esta descarga de limpieza dentro de los primeros cuarenta y cinco minutos después de haber alcanzado el orgasmo. Este margen de tiempo es crucial, pues le da a la orina la oportunidad de arrastrar los agentes antes de que logren adherirse a las paredes internas del conducto. Este acto no es un asesino de la pasión, sino un gesto de autocuidado que garantiza que el placer no tenga un costo físico posterior. Es una extensión de la responsabilidad en el juego sexual.
No se trata de vivir en la paranoia, sino de ser preventivos. Una infección urinaria o una prostatitis no son precisamente el souvenir que queremos llevarnos de una noche épica de sexo. La prevención, en este caso, es asombrosamente sencilla: levantarnos, ir al baño y vaciar la vejiga. Este pequeño hábito contrarresta el riesgo de que esos agentes externos se multipliquen en un ambiente cálido y húmedo, evitando la incomodidad, el ardor y las molestias que conlleva una infección.
El cuidado post-sexo es una señal de madurez y de respeto por nuestra propia salud. La vida sexual plena no se limita a la excitación y el orgasmo; también incluye la atención consciente a lo que viene después. Asegurarnos de que nuestro sistema urinario fluya sin problemas es tan vital como garantizar la firmeza de la erección. Un hombre que cuida su cuerpo de esta manera está invirtiendo directamente en más placer futuro y menos interrupciones médicas.
La regla es universal: expulsa lo que no es tuyo. Aplica tanto si penetraste como si fuiste penetrado. El sexo es para disfrutarlo al máximo, pero la responsabilidad es la base de ese disfrute. La próxima vez que te encuentres en esa deliciosa nube de relajación post-orgasmo, recuerda que el verdadero placer viene de cuidar tu máquina.
Mantengamos este hábito de ir al baño después de un encuentro intenso. Es la forma más sencilla y varonil de garantizarnos más salud, más tranquilidad y un camino libre de problemas para seguir gozando plenamente de nuestro cuerpo y nuestras conquistas.
