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Rick Day |
Los que amamos la masculinidad en todas sus
formas sabemos que hay algo profundamente erótico en ese comportamiento posesivo y dominante que tienen algunos
hombres. Nos atraen porque se sienten seguros, porque toman lo que quieren y lo
marcan como suyo. Pero, ¿qué pasa cuando ese mismo macho, que te reclama con la
mirada si otro te voltea a ver, también tiene un historial de infidelidades que colecciona como trofeos?
Ahí empieza el juego entre el deseo, el ego y los límites de lo que toleramos
por placer.
La contradicción es clara: nos gusta marcar territorio, pero también
explorar otros cuerpos. No siempre tiene que ver con amor o con carencias,
a veces simplemente es deseo puro. El problema surge cuando exigimos fidelidad
absoluta mientras nos permitimos deslices, sin siquiera sentir culpa. Es ahí
donde el ego se confunde con virilidad, como si tener varios amantes nos
hiciera más hombres.
Lo interesante es que muchos hombres no quieren dejar a su pareja, aunque sean infieles.
De hecho, un estudio reciente señala que lo hacemos justamente para no terminar
la relación. Buscamos novedad, sí, pero también valoramos la estabilidad emocional que nos da ese hombre que nos
espera al final del día. Queremos las dos cosas: aventura y refugio. ¿Egoísmo?
Tal vez. ¿Humano? Totalmente.
El
concepto de pareja ha cambiado radicalmente. Hoy,
dos hombres pueden tener una relación legal, sólida y visible. Y claro, eso
pone sobre la mesa las reglas del juego. Ya no basta con asumir fidelidad; hay
que hablar, pactar, negociar. Las
parejas abiertas, flexibles o exclusivas son válidas siempre que ambos estén
claros. El problema no es el modelo, sino romper acuerdos sin avisar.
La
infidelidad no es el fin del mundo, pero sí puede ser el fin de una relación. Sobre todo si va acompañada de mentiras, manipulación o celos.
Porque no hay nada más hipócrita que reclamar lo que también hacemos. Si
decidimos jugar a ser machos territoriales, que sea con coherencia. Se puede
ser posesivo sin ser tóxico, fiel sin ser aburrido, y dominante sin ser
injusto.
Al final, cada relación es única y se construye a partir de acuerdos reales,
no de ideas heredadas. Podemos ser infieles, sí, pero no pretendamos ser
exclusivos en el deseo del otro si no estamos dispuestos a ofrecer lo mismo. Lo
más sexy de un macho no es su virilidad: es su honestidad.