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Homosexuales vs. Metrosexuales

Rick Day

Rudos y Refinados. Así podríamos llamar al nuevo rostro del hombre gay moderno, ese que se pasea entre la sofisticación de un spa y la rudeza de una barba bien cuidada. Nosotros, que durante años fuimos señalados por cuidarnos más que el promedio, ahora vemos cómo muchos hombres heterosexuales imitan —sin pudor— los códigos estéticos que nosotros pusimos de moda. Y sí, lo hacen con orgullo.

El metrosexual apareció como respuesta a una necesidad: verse bien sin que eso implicara un cuestionamiento a su orientación. Es un hombre que se cuida, que se arregla, que se siente cómodo invirtiendo en sí mismo. Un tipo que va al dermatólogo, que se perfuma bien, que entiende de moda y no le da miedo mostrarse como alguien que se gusta. ¿Te suena familiar? A nosotros también.

Durante mucho tiempo, los gays fuimos el referente de lo estético en el mundo masculino. No sólo cultivamos nuestros cuerpos, también nuestras mentes. Apostamos a un estilo de vida más consciente, saludable, donde el cuerpo no es sólo carne, sino también identidad y erotismo. El hombre gay se convirtió, sin querer, en el modelo del hombre deseable, incluso para quienes no comparten nuestras preferencias.

El problema comenzó cuando se mezclaron los términos como si fueran sinónimos. Y ahí sí, nos incomodamos. Porque no es lo mismo cuidarse por placer, que imitar para competir. El metrosexual heterosexual comenzó a copiar estilos sin entender su origen, sin haber transitado el mismo camino de exploración, deseo y disfrute. Y eso, claro, se nota.

Nuestra cultura del cuerpo no nació de la nada. No fue sólo por vanidad; también fue deseo. El deseo de atraer a otros hombres, de seducir, de expresar quiénes somos a través del cuerpo. Fue resistencia, orgullo y libertad. Mientras tanto, muchos hombres heterosexuales sólo reaccionaron cuando notaron que éramos el centro de atención. Entonces comenzaron a competir… pero a veces, mal.

Y es ahí donde entramos en una nueva fase: la del gay masculino. Ese que retoma el vello, la barba, las camisetas relajadas que dejan asomar los pectorales, y sobre todo, una actitud viril que no necesita forzar nada. Porque la masculinidad también es nuestra, y sabemos llevarla con orgullo, sin tener que fingir.

Hoy vemos a dos hombres caminando por la ciudad, tomados de la mano, ambos rudos, con vello, con estilo, con presencia. Y eso también es belleza gay. Porque al final, no importa si eres metro o homo, lo que cuenta es cómo usas tu cuerpo para expresar quién eres y cómo deseas. Nosotros lo hacemos con intención, con fuego y sin pedir permiso.

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