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| Rick Day |
El orgasmo, ese momento de intensidad máxima, no siempre llega. Y cuando no aparece, muchos de nosotros —sí, hombres— hemos optado por fingirlo. Aunque el porno y la cultura popular nos pintan como seres que terminan siempre con un gemido final y una eyaculación evidente, la realidad es mucho más compleja. Fingir un orgasmo también es parte de nuestra experiencia sexual como hombres homosexuales, y hablar de ello es reconocer que el placer masculino no es automático ni garantizado.
No lo hacemos por engañar, lo hacemos para proteger.
Una de las razones más comunes para fingir un clímax es evitar herir a nuestra pareja. Nos puede preocupar que él se sienta poco deseado, poco hábil, insuficiente. En esos momentos, fingir se vuelve un gesto empático, un salvavidas emocional que preserva la conexión y evita tensiones innecesarias. No es cinismo, es cuidado, aunque también nos deja con una sensación ambigua de deseo no resuelto.
El cuerpo no siempre responde al deseo.
Estrés, cansancio, ansiedad, medicamentos, pensamientos intrusivos… todo eso influye. Hay veces que nuestra cabeza no está alineada con nuestro cuerpo, y aunque estemos presentes físicamente, no conseguimos llegar al orgasmo. Fingirlo, en ese contexto, es una forma de salir del momento con cierta dignidad, sin tener que explicar todo lo que pasa por dentro.
La erección no siempre significa deseo real.
Lo hemos vivido todos: el cuerpo responde, pero el deseo no está ahí. Una erección puede aparecer por simple fricción, por costumbre o por un juego previo intenso. Pero eso no significa que tengamos un interés emocional o que estemos mentalmente conectados con el encuentro. En esos casos, simular el orgasmo puede evitar preguntas incómodas o sospechas innecesarias.
En el sexo con preservativo, fingir es más fácil.
No hay una “prueba” visible del orgasmo, y eso facilita imitarlo con gemidos, contracciones, respiración agitada o movimientos de cadera. Incluso sin condón, el uso de lubricantes o una retirada rápida pueden ayudar a sostener la ficción. No se trata de engañar malintencionadamente, sino de cerrar una escena que no logró despegar del todo.
El orgasmo es físico, sí, pero también emocional y mental.
Si alguno de esos componentes no está activo, alcanzar el clímax se vuelve complicado. En lugar de castigarnos por no llegar o sentir culpa por fingir, necesitamos reconocer que nuestra sexualidad tiene matices. No siempre es lineal, no siempre es predecible. Fingir puede ser una salida momentánea, pero también una señal de que necesitamos escucharnos más.
Hablemos con honestidad.
No hay nada malo en haber fingido. Lo importante es entender por qué lo hicimos y qué queremos cambiar. La comunicación sexual no se trata solo de decir lo que nos gusta, sino también de reconocer cuando algo no nos está funcionando. Hablar de esto con nuestra pareja no es una amenaza, es una oportunidad de crecer y disfrutar más plenamente.
Fingir un orgasmo no nos hace menos hombres, ni menos sexuales. Nos hace humanos. Ser honestos sobre nuestras experiencias, incluso las que no terminan con fuegos artificiales, es parte de una vida sexual más libre, madura y auténtica.
