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Rick Day |
El orgasmo, ese momento de intensidad
máxima, no siempre llega. Y cuando no aparece, muchos de nosotros —sí, hombres—
hemos optado por fingirlo. Aunque el porno y la cultura popular nos pintan como
seres que terminan siempre con un gemido final y una eyaculación evidente, la
realidad es mucho más compleja. Fingir
un orgasmo también es parte de nuestra experiencia sexual como hombres
homosexuales, y hablar de ello es reconocer que el placer masculino no es
automático ni garantizado.
No lo hacemos por engañar, lo hacemos para
proteger. Fingir se vuelve un gesto
empático, un salvavidas emocional que preserva la conexión y evita tensiones
innecesarias.
El cuerpo no siempre responde al deseo. Hay veces que nuestra cabeza no está
alineada con nuestro cuerpo, y aunque estemos presentes físicamente, no
conseguimos llegar al orgasmo.
La erección no siempre significa deseo
real. En esos casos, simular el orgasmo
puede evitar preguntas incómodas o sospechas innecesarias.
En el sexo con preservativo, fingir es más
fácil. El uso de lubricantes o una
retirada rápida pueden ayudar a sostener la ficción.
El orgasmo es físico, sí, pero también
emocional y mental. Necesitamos
reconocer que nuestra sexualidad tiene matices.
Hablemos con honestidad. La comunicación sexual no se trata solo de
decir lo que nos gusta, sino también de reconocer cuando algo no nos está
funcionando.
Fingir un orgasmo no nos hace menos
hombres, ni menos sexuales. Nos hace humanos. Ser honestos sobre nuestras experiencias, incluso las que no terminan
con fuegos artificiales, es parte de una vida sexual más libre, madura y
auténtica.